Tantas, para que la humanidad navegue en un barco nuevo, seguro, dotado de las tecnologías de vanguardia que abarquen todos los ámbitos de su existencia, tantas, generaciones, decía, han de pasar, que, a día de hoy, solamente se podría aceptar semejante proyecto como una posibilidad negada.
La humanidad no contempla la construcción de esa nave, utópica porque rechaza el más ínfimo germen de esa idea. De ahí que siempre navegaremos en buques parcheados. Una vía de agua, crisis, un parche y a seguir navegando hasta el siguiente agujero, crisis, otro parche más y de nuevo a navegar, y así una y otra y otra… y otra vez. De esta forma cada vez nos acercamos más al barco cuyo cascarón será de remiendos una adición. Y sobre un remiendo remendar no es bueno para flotar.
Damos por hecho la inevitabilidad de la ciclicidad. Consideramos la condición cíclica de la crisis tan natural como lo es la de la mujer, porque, el no reconocerlo así, nos “obligaría” a buscar la forma de interrumpir los ciclos, o al menos a ampliar el positivo y reducir el negativo, de forma tan contundente, que convirtiéramos la ola en un simple escalón donde la huella se acercara al infinito y la contrahuella al cero.
Para que este logro dejara, al menos, de parecer utópico, es necesaria una condición sine qua non que ya he dicho en anteriores oportunidades y que de nuevo repito: La Tierra ha de ser una única nación.
Muchas cosas se oponen a esta condición, pero todas susceptibles de negociación, ¡salvo una! La religión. Cómo va la razón a debatir algo que está fuera de ella.
Al hacer la cagazón imposible para el hombre reconocer su verdadera condición mortal, tan intranscendente como la de cualquier otro animal, lo condenó a la eterna confrontación, pues estos sapiens sapiens ingenuos y cagones, no iniciaron su andadura en un mismo lugar a mogollones, sino en núcleos de aislados mogolloncitos, lo que nos ha hecho llegar al principio del final con tan variopintas, ¡Y ARRAIGADAS! respuestas para el canguelo, que no hay forma de salir de este camelo. Ni consiguiendo por ahí algunas moleculitas del ADN de Confucio, Jesús de Nazaret, Mahoma, Sidharta Gautama, y otros adelantados de la comunicación, personajes de la oratoria y el don de gentes, para recrearlos, creo yo lograríamos otra cosa que liarla aún más, pues todos ellos eran erre que erre.
Así pues, seguiremos jodidos por ser tan variopintos como la gama de masallases distintos. Con la religión hemos topado. La hemos cagado.
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