Ahí está el cáncer. En el mundo de células que es una unidad de vida – el ser humano pongamos por caso –, coexisten en perfecta armonía diferentes grupos especializados que conforman el ser y que siguen la, que debiera ser, inexpugnable ley de reproducirse y morir para ser sustituidas por las que han de vivir para a su vez reproducirse y morir. Un proceso de renovación que se repite una y otra vez a fin de mantener con vida el organismo que componen, ¡hasta que de pronto! – vaya usted a saber por qué –, algunas células son tocadas por una “gracia” que las hace “reinas” , éstas sí, inexpugnables, inmunes al ataque de cualesquiera otras de su mundo. Ello les permite “sobrevivir” y seguir reproduciéndose ya signadas por su condición hegemónica, invasora y destructiva que corroe cuanto tocan en su inexorable avance, hasta que, en su afán de dominio, terminan con la vida del ser que es su mundo, poniendo su egoísmo, de esta forma, fin a su propia existencia.
No es necesario esforzarse mucho para encontrar la paralela a una línea de evolución. Una cuestión ésta que le sería muy útil a nuestra especie para conocer el futuro sin necesidad de adivinar.
El ser humano, en su origen, se haya integrado en un mundo exuberante y fecundo regido por leyes naturales que mantienen su equilibrio perfecto, ¡hasta que de pronto! – vaya usted a saber por qué – es tocado con la gracia de la inteligencia. Se convierte en el rey de la Creación, y ya signado por su condición hegemónica, poseído de un egoísmo ilimitado, arrasa con todo lo que se interpone en el camino sin fin por el que le llevan a transitar sus ansias de poder y riqueza.
De la mano de su estúpida inteligencia, avanza hacia un desenlace fácilmente previsible el hombre, el cáncer de la Tierra.
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