jueves, 19 de noviembre de 2009

EL VIEJITO PIENSA EN EL PENSAMIENTO

EL VIEJITO PIENSA EN EL PENSAMIENTO

porque no puede tener sueños de imposible cumplimiento.
Quizá sea ésta, para él, la diferencia más aplastante, más lacerante, entre la vejez y el tiempo de vida que la antecedió.

Nunca concibió vivir sin soñar ni pudo tener sueños imposibles de realizar. Lo que permitió que después de “Picnic” se pasara la vigilia de muchas noches imaginándose junto a Kin Novak fue el hecho de que, en ese momento, tal circunstancia no le pareciera en absoluto una posibilidad negada.

En el presente no le es posible soñar. Al futuro le falta capacidad para albergar sus sueños, y estos no aceptan una morada de pequeñeces asequibles para disfrutar en el corto plazo, eso no deja de ser una realidad aplazada por la circunstancia de un momento con breve recorrido, algo impropio de un sueño que se precie.

Por eso el viejito, ahora, cultiva pequeñas parcelas de pensamiento en el inmenso terreno baldío que han dejado abandonado sus sueños. Piensa en el pensamiento porque sigue igual de reacio a dar cabida a los imposibles, y siendo, evidentemente, inviable una entidad física como soporte imperecedero para sus pensamientos no resulta, sin embargo, irrefutable que el pensamiento pueda soportarse a sí mismo, como él no ha tenido la experiencia de quedarse sin cuerpo no puede tener la seguridad de lo contrario.
De ahí que, cuando esta noche cierre los ojos, durante el prólogo que antecede a los sueños que el viejito no gobierna, no dedicará el pensamiento a imaginar un futuro de su gusto, sino a degustar un futuro que convierta en eterno presente los pensamientos que él y sus seres queridos han compartido durante toda su vida pretérita. Ni en sus momentos de máxima creación imaginativa podría concebir tan excelsa ensoñación.

lunes, 16 de noviembre de 2009

ENTRE COPA...

ENTRE COPA…

Pasan los minutos, más lentos cuando se espera que hagan horas. Los días no son rápidos mientras discurren, pero, cuando discurridos suman, han pasado al galope. Los meses no se muestran hasta que pasan, entonces se han ido volando. ¿Y los años? ¡Ay los años! Su velocidad no mensurable. Es muy frecuente: me parece que fue ayer ¡y han pasado cuarenta años!

Sí, así se muestra el tiempo para quienes habiendo recorrido un largo camino ya no les queda mucho por recorrer. Ni el paisaje tiene mucho que ofrecerles. Llenan entonces el tiempo… con lo que pueden. Sentados frente a frente, con la mesa de por medio, buscan la forma de prolongar la vigilia para obtener un mejor pago del sueño.

El viejo posa la copa sobre el mantel -¿Te sirvo otra? – le pregunta a su mujer.

-No, yo no quiero más – rechaza la viejita.

-¿A qué tienes miedo?

-No tengo miedo, pero no quiero más.

-¿Temes pasarte?

La respuesta de ella se limita a un bufido resignado.

Él afirma con rotundidad – Pues yo sí me voy a servir otra.

-Haz lo que quieras. Cuando tengas de más, comenzarás a maldecir y a dar puñetazos sobre la mesa. Pero no pienso aguantarte. Me iré derecha a la cama.
-¡Bah! – exclama desdeñoso – Si me paso es cosa mía. Se sirve con un gesto rápido que ralentiza al levantar su mano, prolongando el momento, hasta que repentinamente - ¡BLOUM! – estampa con fuerza el dos de oros sobre la mesa - ¡SIETE Y MEDIA!

Su mujer vuelve a resoplar con resignación.

jueves, 12 de noviembre de 2009

LO SIENTO MUCHO, PERDÓNAME

LO SIENTO MUCHO, PERDÓNAME



El sol hacía brillar la vida que se manifestaba con un abrazo capaz de llenar todos los sentidos.

Me tendí a su lado, sobre el lecho acogedor que ofrecía la joven hierba. Tomé levemente su talle para tenerla frente a mí. La miré en silencio mientras le ofrecía mis pensamientos sin palabras que los pervirtieran, sin palabras que adulteraran el rumor con que la vida les susurra a las almas. La sentí tan frágil y delicada...

La acaricié sin tocarla, temeroso de profanar su pureza. Las yemas de mis dedos recorrieron su blanca desnudez a esa sutil distancia en que es el aire el que transmite toda la intensidad de la caricia.

Cerré los ojos entonces tratando de hacer de éste un presente que lo fue hace mucho tiempo. Los sentidos percibían el mismo abrazo de la misma vida... pero ni ella ni yo éramos los mismos.

Noté las lágrimas deslizándose por mis mejillas. Una por cada pétalo que, en un gesto pueril, le fui arrancando a la margarita de aquel presente que lo fue:
¿Me quiere? sí, no, sí, no...

jueves, 5 de noviembre de 2009

EL PUNTERAZO

La mujer de Pepe le saludó. Pepe lo hizo también después de tomarse los segundos necesarios para preguntarse: ¿quién será éste?. Pregunta que, según denotaba claramente su gesto, no había logrado contestarse; pero seguramente consideró que si su mujer le conocía él también debía conocerle, de ahí que acabara por tomar la decisión de saludarle.

El viejito correspondió con una, sólo suficiente, cabezada.

Pepe y Merche… Hacía cerca de cuarenta años que no los veía. Cómo habían cambiado. Todos cambiamos, aunque también es verdad que unos más que otros.

De no haberlo visto con Merche, a Pepe no le habría reconocido. Ella era una niña, trece o catorce años, cuando comenzaron a andar juntos. Uno de los tantos motivos de crítica en el barrio. Una cría con un hombre que casi le doblaba la edad. Además, camarero. Y ya se sabe, a los camareros les gusta beber y no tienen hora para llegar a casa, “no sé cómo su madre lo consiente” era el estribillo del cotilleo.
Pues resulta que, según le había contado su hermana, la pareja se había casado y tenían una hija, ya a su vez casada, que les había dado una nieta.

Relajado en su sillón favorito, con el grato y tibio abrazo de pijama y zapatillas, el viejito cierra los ojos y se entrega al nostálgico requerimiento.

La acera, “La Cera”, estaba a… la calle, aquí a la derecha, el solar cercado con la pared de ladrillo, Casa Nardo, la calle G, la huerta de Maruja y la casa de Nando y la suya. O sea, no llegaba a cien metros, a setenta u ochenta metros de donde vivía ahora. La única acera que había a esta mano de la avenida cubría el frente de su casa y la de Nando, con una anchura de, aproximadamente, cinco metros. Era el campo de fútbol donde jugaban a “les porteriines”.

El camarero vivía en la calle de arriba. Siempre seguía el mismo protocolo: su figura alta y flaca, muy erguida, impecable en su camisa blanca, pajarita, traje y zapatos del exigido negro, bajaba, altiva y socarrona a un tiempo, hacia la mocosa panda entregada a su encendido fútbol de acera. Cuando ya su muy superior zancada de adulto, respecto a la de la gente menuda ensimismada en el juego, le daba ventaja, emprendía una corta carrera para llegar a la pelota y meterle un punterazo que, en virtud del golpeo y de la considerable longitud de la avenida, recta y cuesta abajo, generalmente mandaba la esférica, sin barreras que la detuvieran, a no menos de ciento cincuenta o doscientos metros de distancia, lo cual, por lo visto, le suponía un goce cuya notable magnitud estaba determinada por el disgusto y la rabia que tal acción ocasionaba en los púberes futbolistas.

Como siempre hacía, vino atisbándolos desde que entró en la calle. Los guajes se hallaban hoy acuclillados en La Cera, cerrando un apretado corro concentrado en lo que en su interior se cocinaba. La pelota pegada al culo de uno de ellos, justo en la posición idónea para mandarla de una patada hasta los jardines que un Kilómetro más abajo remataban la calle. Llegó furtivo, se relamió, hasta parecía de estreno la tentadora pelota. El punterazo fue de antología.

Los muchachos se apresuraban a crear la distancia conveniente cuando Pepe se acercaba columpiando entre las muletas su pie escayolado. Afortunadamente para ellos, lo único que les alcanzaba era el odio concentrado en la ronca amenaza: Cabrones hijos de puta, ya os cogeré.

De dónde salió y a dónde fue a parar la bola de Bowling, aún a día de hoy, es un secreto bien guardado.

martes, 3 de noviembre de 2009

EL CUENTISTA.

El viejito se consideraba un genio al que la vida le había negado la posibilidad de manifestarse como tal. Desde muy temprana edad tuvo la necesidad de repartir todas las horas de sus días entre el trabajo necesario para cubrir sus necesidades ineludibles y el reposo restaurador inalienable. También, prácticamente cada día desde que supo hacerlo, robó una hora de su sueño a modo de prólogo dedicado a la lectura antes de permitir que sus párpados echaran su enajenante velo.

Posiblemente fuera esa afición, aleada con su innata introversión, lo que motivó su mayor ilusión: Ser escritor.

Escribió su primera novela a la edad de quince años, mas no hubo, digamos “suerte”. Bastantes años después llenó con versos un buen número de páginas. Tampoco hubo suerte.

Un… ¿buen, o mal día? No sabría adjetivarlo, pero el caso es que se encontró mirándose fijamente en el espejo mientras, mentalmente, se repetía: es imposible, es imposible…

Le pareciera o no imposible, además de su imagen, su documentación así lo acreditaba: le había llegado la hora de jubilarse.

¿Cómo llenar el tiempo en este periodo de su vida? No tuvo mucho que pensar: Escribiría.

Y se puso a escribir. Quizá el paso por los años hubiera depurado sus dotes literarias, pero su “suerte” seguía siendo la misma: ni editorial ni agente literario alguno se interesó por sus escritos. Desistió de seguir intentándolo. Sin embargo le resultó demasiado duro que nadie leyera lo que había escrito, así que pensó y actuó: él mismo, de forma artesanal, pero con un acabado más que notable, casi de profesional, confeccionó un par de volúmenes con la treintena de cuentos que había escrito. Después de “FIN” había escrito su dirección de correo electrónico. Donó ambos ejemplares a las bibliotecas públicas a las que él mismo acudía.

Los libritos tardaron mucho tiempo en aparecer en los estantes a disposición del público, pero, por fin, lo hicieron y, no mucho después, recibió el primer correo: Señor Martínez, deseo felicitarle por sus cuentos y mostrarle mi encendido agradecimiento por el enorme disfrute que para mí ha supuesto la lectura de su libro.

No pasaba día sin que el viejito no encontrara en su cuenta de Hotmail más de un correo demostrativo del entusiasmo de sus lectores.

Retomó entonces su afición por la escritura, con un ahínco tan sólo superado por el que utilizaba para maldecir la desconsiderada próstata que lo obligaba a interrumpir constantemente sus relatos.

Sería por tanto maldecirla, el caso es que la muy jodida acabó aplastándole la uretra y tuvo que ser hospitalizado para someterse a una resección que habilitara de nuevo la cañería.

Cuando al cabo de una semana regresó al domicilio, le faltó tiempo para sentarse ante el PC. La bandeja de entrada de Hotmail vacía. Ni un solo email en su cuenta. Resopló contrariado mientras escribía.

Se fue a hacer zapping frente al televisor, mas no pudo contener mucho tiempo el deseo de volver al ordenador. Abrió el correo e inmediatamente la comisura de sus labios se distendió hacia las orejas mientras leía: Admirado autor, nadie como usted sabe llenar las expectativas de quienes disfrutamos el supremo goce de leer sus maravillosos cuentos.

domingo, 1 de noviembre de 2009

MÁS QUE AMIGO

Las lágrimas brotaban de sus enrojecidos ojos y discurrían lentamente por su rostro inclinado hacia mí, mientras sus manos acariciaban mi pelo con infinita ternura y sus labios susurraban dulcemente mi nombre.

Yo permanecía en silencio. No habría podido decir nada. Sabía que el momento de la partida había llegado. Mi mente se pobló de imágenes retrospectivas…

Llegué a la casa para tomar el puesto del viejo vigilante fallecido hacía poco tiempo. Recién salido de la academia. Lleno de desbordante y vigorosa juventud. Era ella una bellísima niña que me miró con sumo interés directamente a los ojos, mientras del fondo de los suyos emergía aquella señal de comprensión y complicidad que ya nunca se apagaría y que me hizo saber que jamás necesitaríamos de palabras para poder comprendernos. Al cabo de unos segundos me puse en cuclillas. Ella rodeó mi cuello con sus bracitos, apretando su mejilla contra la mía.

Me adjudicaron la casita pequeña, pero muy cuidada y acogedora, que había ocupado mi antecesor. Tomé mi trabajo, que en realidad no era tal, pues lo que hacía no era sino seguir una inclinación natural, y me propuse servir aquella casa con total fidelidad y dedicación.

Desde el primer instante se estableció hacia mí una corriente de simpatía de parte de todos los miembros de la familia y me dieron libertad de acción para cumplir mi tarea.

Durante las noches me mantenía vigilante en mi puesto. Si percibía algo extraño, con paso silencioso y todos los sentidos alerta, buscaba la causa de mi alarma. Generalmente se trataba de algún animal de hábitos nocturnos. O simplemente del ruido producido por el viento sobre las ramas. Si en algún momento alguien merodeaba, bastaba mi presencia para alejarlo.

En la mañana, siempre esperaba a que ella se fuera para irme a acostar. Era ésta una costumbre que se había hecho regla. Ella me daba los buenos días y yo la acompañaba hasta el auto para verla partir sonriente, agitando su manita en un gesto de despedida hasta que me perdía de vista. Cuando en la tarde regresaba, ambos vivíamos el momento como si en vez de unas horas la separación hubiera durado una eternidad. Apenas si daba tiempo para que el coche se detuviera antes de saltar y correr hacia mí con los bracitos extendidos.

Yo la esperaba justo hasta que ella me rozaba. Entonces la esquivaba y salía corriendo mientras ella me perseguía gritando mi nombre, pidiendo que me detuviera. De nuevo la esperaba para volver a escapar cuando estaba a punto de agarrarme. Así una y otra vez hasta que, agotada y suplicante, se arrodillaba en la grama para rogarme que fuera a su lado. Me dejaba entonces atrapar a medias, rodeándola y zarandeándola hasta que ambos rodábamos y luchábamos sobre la fresca hierba.

Al final tenía que pasearla cabalgando sobre mi espalda y contemplar su sonrisa de triunfo cuando, parada frente a mí, me veía tendido y exhausto.

Siempre buscaba mi compañía, y yo me sentía feliz jugando con ella. Haciéndola creer que no podía hallarla en su escondite, daba vueltas y vueltas mirando en cada rincón del garaje, detrás de cada árbol del jardín.

Mientras ella espiaba cada uno de mis movimientos, me iba alejando en mi fingida búsqueda hasta que salía de su campo visual. Entonces era yo el que me escondía, y ella, extrañada y curiosa, conteniendo la respiración para no hacer ruido, salía furtivamente tratando de ubicarme.

Éste era el momento que yo esperaba para deslizarme detrás suyo y sorpresivamente tomarla por la espalda. El susto que recibía era tal, que claramente podía percibirse el respingo que la estremecía.

Aquello la molestaba en grado sumo, y en su deseo de venganza, me perseguía lanzándome toda clase de objetos que conseguía a su paso. Mas su enfado no le duraba mucho y, antes de irse a acostar, me llenaba de cariños mientras me reconvenía por lo mal que me había portado.

A medida que ella crecía, nuestros juegos iban cambiando y se reducía el tiempo que me dedicaba. No así el cariño que desde siempre me profesó y que yo sentía latente en cada uno de sus gestos. Por su parte, ella sabía que su presencia era mi mayor alegría, y que podía contar enteramente conmigo.

Cuando ya adulta, solía regresar en el coche con su padre, o con el chófer de la familia, al caer la tarde. Otras veces lo hacía después del ocaso, acompañada de algún amigo que la dejaba junto a la verja de hierro, en ocasiones después de una breve charla en el auto. Yo la observaba discretamente desde el jardín, esperando que se despidiera para ir a recibirla.

Hubo una oportunidad en que me llamó la atención el hecho de que su acompañante abandonara también el vehículo y la tomara del brazo en un gesto que a ella parecía incomodarla.
Me fui acercando lentamente y pude ver cómo se desasía bruscamente y trasponía la puerta que se abría en una de las hojas móviles de la verja.

El hombre intentó seguirla. En dos rápidas zancadas me interpuse entre ambos. Se quedó paralizado, con la puerta en sus manos. Por un instante sus ojos se cruzaron con los míos que lo miraban inexpresivos.

La muchacha posó la mano en mi hombro y permaneció quieta junto a mí. Percibí claramente la señal de miedo que él emitía. Cerró la puerta, que no había llegado a traspasar, y se alejó camino del auto girando su rostro hacia nosotros. Nunca más lo volví a ver.

Durante el verano, los días en que ella no se iba, dábamos largos paseos por el bosque que se extendía más allá de los límites de la finca.

Después de caminar un buen rato, nos tendíamos sobre las hojas secas de los eucaliptos. Ella buscaba acomodar su cabeza sobre mi cuerpo. Manifestaba entonces sus pensamientos en voz alta, o permanecía muda jugueteando con una hoja entre los dedos. Mientras yo, silencioso, con los ojos cerrados, me inundaba de su presencia, aspirando su aroma, sintiendo su inefable contacto…

No puedo imaginar una dicha mayor que la por mí vivida en aquellos instantes, en mucho parecidos a éste.

Aunque ahora no puedo dejar de sentir dolor. No porque tenga que irme. Sé que la vida de un perro es corta. Puede que incluso yo haya vivido demasiado, pues ya tengo veintidós años. Mi dolor es porque nada puedo hacer por evitar el que le estoy causando a ella.

Volteo mi cabeza, que ella mantiene en su regazo, para morirme con la imagen de aquel rostro queridísimo, empañado ahora por las lágrimas que caen mansamente sobre mí.

sábado, 31 de octubre de 2009

EL MILORD Y LOS ESPAÑOLES.

Al viejito siempre le gustaron los animales. Rara era, y sigue siendo, la ocasión en que al ver alguno, de los llamados irracionales, se entiende, no sintiera, siente, la tentación de prodigarle un mimo, una caricia. La cicatriz más antigua de la que él tiene conciencia está oculta por su pelo, ligeramente por encima de la frente y, según le contó su madre, porque de eso si es verdad que no se acuerda, es consecuencia del mordisco de un burro. Su memoria sí conserva la imagen de los pollinos que las lecheras “aparcaban” a pocos metros del portal de su casa, y a sí mismo colgándoseles del pescuezo.

El Milord era un perro de hermosa estampa, con toda la pinta de un pastor alemán, pero sin pedigrí. Toda su vida había permanecido encadenado, lo cual, suponía él, había convertido al animal en una verdadera fiera. El butanero podía dar fe de tal fiereza, pues bastó que pasara bordeando el límite de su territorio, marcado por la longitud de su cadena, para dejar media pernera del pantalón entre los dientes del can. No admitía bromas ni de su dueño, un familiar del viejito.

El muchacho, que en aquel momento era el viejito, fue descubrir al animal durante una visita a la finca del pariente y sentir unas irreprimibles ganas de acariciarlo. ¡Qué va! Sólo con dirigirle la palabra, a la distancia “reglamentaria”, ya recibía un sordo ronquido amenazador complementado con el erizamiento manifiesto en cuello y lomo.

Tres años le costó conseguir que el perro compartiera su sentimiento. Y entonces desenganchó la cadena de su collar.

¡Qué locura! Baste decir que en la primera arrancada terminó estrellándose contra la pared, gimió y cayó rebotado al suelo, pero ahí mismo volvió a salir como un cohete sorteando a toda pastilla unos árboles sí y otros no hasta agotar la última gota de combustible y quedarse plantado, con la cabeza agachada y la lengua afuera, respirando afanosamente.

Quizá sea una apreciación senil, pero el viejito encuentra mucha similitud entre el Milord de ayer y los españoles de hoy.




jueves, 29 de octubre de 2009

ES INÚTIL.

Y desesperante por lo mismo, por inútil. Hay quien persevera y no desespera, seguramente porque tiene un implante cerebral con la máxima: “El que persevera triunfa”.

No es mala la postura, ¡claro que no! La voluntad acerca más al triunfo que la razón. Sin embargo, la posibilidad del triunfo estará definitivamente marcada por el fin que se persigue. Algunas metas sólo serán accesibles para mentes privilegiadas, al igual que otras serán privativas de férreas voluntades. Eso en lo personal.

Lo plural es más exigente. Requiere de la sociedad la conjunción de todos los valores y, ¡además!, de una dimensión temporal adaptada a su perspectiva de vida.

Así pues, dado que la sociedad está, mayoritariamente, constituida por simples seres humanos poseídos por su egoísmo, dado el cada vez mayor consentimiento para lograr lo que sea como sea, y dado que esta generación es, por lo visto, incapaz de ver el abismo hacia el que camina, o considerando, por su parte, que el batacazo al que, ineluctablemente, ha de llevarla su desvarío no lo van a sufrir sino generaciones venideras, no vale la pena ofrecer en sacrificio horas de insomnio que no hacen sino más penosa la vigilia.

¡Pero! lamentablemente, como decían que decían en los montes, en su día, de Pelayo: “Caún ye caún”. Y el que nació delfín no puede ser atún. Por eso tú puedes leer estas palabras.

miércoles, 28 de octubre de 2009

NO PUDE VER AL ALCORCÓN CAGARSE EN EL MADRID. Y VALDANO


Una de la infinitud de causas que me hacen insoportable esta forma de gobierno:
Los gobiernos democráticos están para lo que están y lo hacen de manera tan impúdica que voy a usar la forma de expresión del otro: es de vomito, cómo los gobernantes utilizan el gobierno y, en general, los políticos la política. Y lo que resulta aún más vomitivo es la actitud del pueblo aceptándolo, a regañadientes o no, pero ahí siguen los vividores falseando y trepando sobre los hombros de los insensatos que se los ofrecen.

Me desmadro sin querer. Retomo el motivo que me sentó a teclear: que no he podido ver el partido, naturalmente porque no estoy abonado a Canal Plus, lo estoy a Telecable, que a partir del uno de este mes entrante me hará pagar nueve euros mensuales más para ver la mitad menos de partidos, pues yo los únicos que veo son los del Madrid, que antes podía casi todos y que ahora se repartirán con la competencia. Bien, pues considero que el fútbol, no es menester hablar de lo que este deporte significa en este país, el fútbol, decía, debería emitirse por la pública, cobrando, mira tú que forma de recaudar sin incrementar los impuestos, pero de forma que “to dios” que quisiera pudiera ver el puto partido que le diera la gana.
Dicho lo cual, a otra cosa mariposa.

Florentino, pasado el de gastar, ha llegado el momento de exigir. Y no voy a enrollarme, lo diré con las menos palabras posibles: éste es justo el instante en que debes poner bajo los focos a Valdano. El argentino no debe seguir en su cartilla personal con la misma duda positiva que, los de antes, portaban en su cartilla militar: Valor.- Se le supone. Dale vía al chileno para que, si así lo desea, pueda continuar en su país las vacaciones que no interrumpió cuando lo fichaste y ordénale a Valdano que se ponga el traje de faena, ya lleva mucho tiempo viviendo de la lengua, tiene que demostrar si lo suyo es algo más que un puro blabla.
A mandar.

lunes, 26 de octubre de 2009

LA TIERRA Y SU CÁNCER.

Ahí está el cáncer. En el mundo de células que es una unidad de vida – el ser humano pongamos por caso –, coexisten en perfecta armonía diferentes grupos especializados que conforman el ser y que siguen la, que debiera ser, inexpugnable ley de reproducirse y morir para ser sustituidas por las que han de vivir para a su vez reproducirse y morir. Un proceso de renovación que se repite una y otra vez a fin de mantener con vida el organismo que componen, ¡hasta que de pronto! – vaya usted a saber por qué –, algunas células son tocadas por una “gracia” que las hace “reinas” , éstas sí, inexpugnables, inmunes al ataque de cualesquiera otras de su mundo. Ello les permite “sobrevivir” y seguir reproduciéndose ya signadas por su condición hegemónica, invasora y destructiva que corroe cuanto tocan en su inexorable avance, hasta que, en su afán de dominio, terminan con la vida del ser que es su mundo, poniendo su egoísmo, de esta forma, fin a su propia existencia.

No es necesario esforzarse mucho para encontrar la paralela a una línea de evolución. Una cuestión ésta que le sería muy útil a nuestra especie para conocer el futuro sin necesidad de adivinar.
El ser humano, en su origen, se haya integrado en un mundo exuberante y fecundo regido por leyes naturales que mantienen su equilibrio perfecto, ¡hasta que de pronto! – vaya usted a saber por qué – es tocado con la gracia de la inteligencia. Se convierte en el rey de la Creación, y ya signado por su condición hegemónica, poseído de un egoísmo ilimitado, arrasa con todo lo que se interpone en el camino sin fin por el que le llevan a transitar sus ansias de poder y riqueza.

De la mano de su estúpida inteligencia, avanza hacia un desenlace fácilmente previsible el hombre, el cáncer de la Tierra.

domingo, 25 de octubre de 2009

EN EL MADRID YA NO VEO A NADIE DE PIE.

Al que siempre tuve vertical, con todo y sus errores, era a Florentino, pero ya no. Lo consideraba más inteligente. Tan inteligente como para darse cuenta de que Valdano es un crak a la hora de sus encuentros con la prensa y con todos los interlocutores que le vayan saliendo al paso, pero su capacidad para determinar la valía de los demás de su competencia, técnicos y jugadores, no está a la altura, ni mucho menos, de la de sus facultades verbales.

No quisiste hacerme caso, Florentino. Ya sé que suena muy fastidioso, mas tengo que decirlo: ¡Te lo dije, Florentino! Jugadores prioritarios: Rivery y Di María, y el chileno que no ¡que no!

No me hiciste un coño caso. Y ahora, hasta tú haces que me salte la alarma. Naturalmente te voy a decir porqué: el rumrum de que quieres fichar a Gerrard. Ese es el motivo. Porque empiezo a creer que eres más caprichoso que cerebral. Porque ya el fichaje de Kaká me puso sobre aviso ante la posibilidad de esa tu característica. En tu primera presidencia sí, en este momento ya no. Kaká está ya más para rezar el rosario, o lo que sea que recen en su iglesia, que para jugar en el Real Madrid y, para darse cuenta de ello, basta con que quepa un dedo entre las cejas y el inicio peleril de la cabeza; sin embargo lo fichaste, ahora creo que fue para satisfacer un capricho, y me lo confirma el asunto Gerrar, que no puede ser otra cosa que un capricho más. ¡No fiches a Gerrar! ¡Es la misma vaina que Kaká! ¡Ya están quemados! ¡Ya no son jugadores para el Madrid!

Ah, ya puestos, sigue leyéndome, que te conviene. Hínchalos y lárgalos con la primera oferta buena que te llegue: Casillas (está a un pelín de convertirse en otro Kaká). Sergio Ramos (no tiene arreglo, falla más que una escopeta de ferias, en más de la mitad de sus pases da la impresión de ser un jugador del equipo contrario, sólo puede frenar al rival haciéndole falta y únicamente corre para adelante, antes de que regrese a cubrir su puesto da tiempo a fumarse un habano…). Granero, será buen chaval, pero mételo en la lista. A Higuaín, un buen precio ¡y ala! a corretear por otros campos con ese plus que le pone cuando juega por su país.
Ahora mismo ya no tengo más ganas de seguir repasando, ¡ah! ¡por favor! Quita de mi vista, ¡de una jodida vez ¡ a Raúl y Guti.
En fin, Pilarín…

¿Querrás enterarte, Florentino? Si no lo haces, peor para ti y para el club.

sábado, 24 de octubre de 2009

“LOS HOMBRES QUE ODIABAN A LAS MUJERES” Y LOS PATRIMONIOS.

Lo intentó con las tres novelas de Stieg Larsson y sólo pudo, le costó bastante salvar el primer montón de páginas, con “Los hombres que odiaban a las mujeres”, con las otras dos no hubo manera, no fue capaz de calárselas. Los hechos que se van sucediendo durante el desarrollo del guión resultan de un simplismo casi infantil, pueril, y sin embargo, ahí está la trilogía, un auténtico betseller. ¿Por qué?

En tiempos pretéritos, cuando el viejito era un soñador compulsivo, no se perdía ningún episodio de la serie “Kung Fu” de David Carradine. Miraba la pantalla del televisor con los ojos achicados, los labios y los dientes apretados, mientras con muda intensidad no cesaba de repetirle al villano: “Las vas a pagar, hijoputa”, “Las vas a pagar, hijoputa”… Y el villano siempre pagaba, y lo hacía en forma tal que, al hoy viejito, le traía un goce supremo, pues la justicia no era impuesta por quien tiene a su disposición todos los atributos necesarios para que el malo sepa que su única alternativa es la huida, no, qué va, en este caso, el malo se creía que no sólo podría continuar torturando a su víctima, sino que aumentaría la satisfacción de su sadismo con la incorporación de una nueva víctima propiciatoria en la persona del que parecía un chino apazguatado. Y, entonces, el maldito hijo de puta sufría por partida doble la acción justiciera. Era físicamente castigado y aplastado su despreciable ego al ser ajusticiado por el que, él suponía, iba a ser un juguete en sus crueles manos. ¡BIEN! Por qué no será ésta la forma de desarrollarse la vida real. Qué pena.

A eso, fundamentalmente, cree el viejito que se debe el éxito de las novelas en cuestión. Por eso fue que él consiguió leer la ya mencionada, con un primer y tercer tercio para desdeñar: la salsa se haya en el devenir que se desarrolla entre Lisbeth Salander y Nils Bjurman, su pérfido tutor; la jode y la jode hasta que ¡el hijo de puta, paga!

Todo esto acude a la mente del viejito atraído por la promoción de la nueva película basada en la obra de Larsson, que le traen a colación la increíble, imposible piensa él en la vida real, habilidad de Lisbeth como hacker y los patrimonios declarados por los dirigentes del PSOE. Si él estuviera facultado, convocaría a la niña de la novela para que investigara el estado financiero de esta pobre gente, los más de ellos con tantos años de abnegado servicio al pueblo, y lo garduña que, por lo visto, se ha mostrado con ellos el susodicho. Una recompensa, sin duda, más justa recibirían si sus quehaceres acontecieran en un guión de la serie “Kung Fu” o en una novela de la saga comentada. ¡Y qué alegría tan grande recibiría el viejito al ver que cada uno sería “recompensado” conforme a sus merecimientos!

viernes, 23 de octubre de 2009

LEY VERSUS JUSTICIA


No hay que buscar – en todo caso, refugio -. Es suficiente tener los ojos abiertos o los oídos despiertos. La injusticia nos acosa como un torbellino de hiriente virulencia. Incluso se ha instaurado en un mayor grado del superlativo en que a simple vista la observamos, pues, a veces, nos dan a conocer sentencias que parecieran justas, pero no, no nos llamemos a engaño, un seguimiento de su cumplimiento, interrumpido mucho antes de ser completado, no haría sino reafirmar nuestro criterio: en España no hay justicia. Claro que, como la culpa es una solterona a la que nadie quiere, al leer u oír esta afirmación, todos, con la lógica excepción de gobierno y adeptos, gritaran a una: ¡La culpa es del gobierno! Él es el que legisla y hace – o no – cumplir las leyes. No es así exactamente. Más culpa que el ciego la tiene quien pone el palo en su mano. Y lo más grave es que hay muchos que siguen ciegamente al ciego.

Llegados a este punto deberíamos preguntarnos: ¿Por qué se promulgan leyes contrarias a un mínimo razonamiento? ¿Por qué se dictan sentencias evidentemente ridículas? ¿Por qué hacer más retorcido y complejo lo que ya en sí mismo por fuerza ha de serlo, puesto que ha de dar adecuada respuesta a la infinita capacidad del ser humano para delinquir? ¿Por qué condenar a miles de años a quien no puede vivir más allá de ciento y muy pocos? ¿Por qué seguir enjuiciando por otros delitos a quien, con anterioridad, ya ha sido condenado a más de cien años? ¿Por qué reducir penas a quienes no pueden o no quieren reparar sus delitos? ¿Por qué la condición de menores otorga a estos el privilegio de cometer todas las fechorías que les vengan en gana, de la índole que quieran y tantas veces como les apetezca, pudiendo incluso violar y asesinar tan alevosamente como lo haría el más despiadado de los criminales y no son tratados como tales? ¿Por qué si nadie ignora los efectos de enajenación que pueden provocar el alcohol y las drogas, se consumen sin miramientos y el estar bajo sus efectos es considerado como eximente o atenuante de delito cuando, lógicamente, deberían considerarse agravantes, puesto que su consumo se hace a conciencia? ¿Por qué...? ¡Dios!

Una aproximación de las leyes, y de quienes las aplican, a la justicia significaría un alivio para los justos, oprimidos por la impotencia ante tanto desatino; un freno para quienes se ríen de la justicia; un bálsamo para la convivencia; una grata compañía para quienes están indefensos ante desalmados que convierten sus vidas – las de las víctimas, naturalmente – en un verdadero vía crucis…; la reducción de los espacios arquitectónicos dedicados al poder judicial, la de miles y miles de horas de trabajo improductivo, el malgasto de metros y metros cúbicos de papel...

¿Cómo un ser que se dice inteligente puede engendrar semejantes desatinos? La respuesta es para volverse loco.

jueves, 22 de octubre de 2009

HOY SÍ LA CONSTRUYO

La ciudad que tuve intención de construir en mi anterior, digo. Ya comenté que las líneas que limitaran superficies y volúmenes habrían de ser, fundamentalmente, rectas, horizontales y verticales. Esto no significa la, ocasional, utilización de, por ejemplo, arcos como elementos de sostén en algunas superficies verticales, trazados curvos necesarios para suavizar el discurrir del tránsito, etc.

Es decir, la lógica sería la guía del diseño. Una lógica que estaría fundamentada en las fuerzas que rigen nuestro planeta, la de gravedad, evidentemente, es decisiva. No tiene sentido inventar para salvar una contradicción creada por el propio diseñador.

Dicho lo cual. Racionalidad aplicada a la salubridad, la seguridad y la comodidad.
Primer paso: elección del lugar. Hoy en día no ha de ser difícil, conocemos las condiciones geológicas, ambientales, climatológicas… de cualquier punto y hasta podemos predecir las posibles variaciones. Considero una memez – justificada por la estúpida parcelización geopolítica del planeta - la descomunal lucha que, por citar un ejemplo, sostienen los japoneses para mantenerse sobre unas crestas encabritadas a perpetuidad ¡Joder! Que se muden a algún punto de África geológicamente estable, a ver si de paso sacan de la miseria a esa gente que se está muriendo de hambre, de sed y de todo lo que puede matar a uno.

Ya he dicho en anteriores ocasiones que la única vía que la humanidad tiene para defenderse de sí misma sería hacer de la Tierra una sola nación.

Sigo. La ciudad constará de dos plantas. La planta baja dedicada al tránsito vehicular; transporte, tanto de mercancías como de pasajeros. Los bajos de los edificios, todos, evidentemente, en esta planta, serían destinados a almacenes, depósitos, fábricas no contaminantes, etc. La primera planta exclusivamente peatonal. Las aceras, naturalmente en esta planta, serían, las orientadas al mediodía, así como las fachadas con esa misma orientación y los tejados, de una sola agua, serían, digo, de placas solares; las peatonales, con superficie antideslizante y neutralizante térmico, y los espacios que, en la ciudad convencional que habitamos ahora mismo están dedicados al tráfico rodado, aquí serían espacios abiertos, con el fin de mantener convenientemente aireada e iluminada la planta baja y que los servicios, tales como el de bomberos, o el de elevación y descenso de diferentes elementos cuyo manejo sea más fácil por el exterior de las edificaciones, no tengan dificultad alguna para desplegar hacia lo alto sus medios. Los parques y jardines serían lo que podríamos llamar “ojos verdes abiertos al cielo”…

Ni que decir tiene: energía contaminante, CERO. La red de transporte público – eléctrica, por supuesto – haría prácticamente innecesario el uso de vehículos particulares; pero, en caso de su utilización, también deberían ser impulsados por energía limpia.

Bien, creo que este bosquejo es suficiente. Sólo me resta decir que considero ésta una forma, más que importante, trascendental, para mejorar la calidad de vida, patentizar un desarrollo inteligente y, desde luego, la ejecución de un proyecto de esta índole ¡sí que dispararía la creación de puestos de trabajo!

Por algo.

EN EL IMSERSO NO ME QUEDO INMERSO


Eso se dijo el viejito al regreso del viajecito.
Él, misántropo congénito y con fobia degenerativa contraída más de treinta años atrás, a día de hoy en estado de cagazón sin paliativos, hacia el avión, se ofreció al sacrificio en aras del amor – ese “novamás” vitalicio para algunos, pocos ya y cada vez menos - por su parienta; ella sociable y extrovertida “a más no poder”.

Y comienza su calvario. De carácter obligatorio: ¡Dos horas! de vía crucis antes de la crucifixión - Metáfora que pretende dar una idea de la gracia que le hace pasarse ciento veinte interminables minutos en el aeropuerto antes de abordar esa, para él, cámara del horror engañosamente diseñada para despistar al intrépido, o ingenuo, usuario y a las leyes físicas. Tiempo al que previamente habría que sumarle una hora larga más repartida entre el autobús municipal y el de línea hasta el aeropuerto; por cierto, ambos a cuenta del usuario, para ir sumando. Con el añadido de la sociabilidad, y eso que estaba muy claro que él no viajaba para hacer amigos, de su mujer.

Nada más pisar tierra aeroportuaria se percata de dos parejas, aunadas, de su misma quinta, que, obviamente, han añadido a su viaje un aliciente: ser los primeros en salvar los trámites que se presenten. Su actitud le pica, con lo que se dispone para derrotarlos desde la primera confrontación. Rápidamente se hace una composición del lugar y de los pasos a dar.

Con aire mesurado, porque él es sumamente comedido, les ha ganado. Llega primero al puesto de facturación. Los competidores lo hacen un minuto después al puesto contiguo. Un minuto que para cualquier otro habría sido más que suficiente para dejarlos atrás, ¡pero! su signo no cambia, de haber tenido un circo le habrían crecido los enanos. El carajo o el artilugio informático, o ambos, que le han tocado en suerte están ahuevonados, y venga a teclear, gesticular torcidamente y volver a reteclear. ¡No jose! Cuando consigue salvar el obstáculo ya los otros liquidaron el control del arco y los rayos X. Buf.

Pone todo lo ponible en la bandejita, pero, faltaría más, el arco pita.

Venga p'acá. Manos arriba. Dese la vuelta. Recorrida externa con toque en la entrepierna. Hala.

Suspira bajo el dintel que lo dejará indefenso en manos del destino. Muchos vejetes se enfrentan a la localización de sus asientos tal como si estuvieran buscando al Minotauro en el Laberinto de Creta, hasta que aparece la Ariadna de turno, una alemana con un castellano más difícil que el propio Laberinto, pero que, complementado con gestos, logra ponerlos en sus puestos.

Se yergue ligeramente en el asiento para comprobar que en todo el avión sólo hay un asiento reclinado hacia atrás, justo el que tiene delante.

Unos meneítos del aparato que ponen a volar maripositas en el suyo, en su aparato digestivo se entiende, mientras las aeromoza/os reparten galletas y refrescos que nadie, excepto él, desdeña.

Ejercita las cervicales esquivando la cabeza de su mujer para ver si situando el aparato a través de la ventanilla se va alegrando por la longitud del camino volado. Estrategia inútil, pues lo que pesa en su ánimo es el que le falta por volar. Va por el Cantábrico, se dice. Cuando aparezca tierra habremos dejado atrás el Golfo de Vizcaya… Ya se ve la cordillera… Llevaremos salvado un tercio… Jo, a ver cuándo aparece el Mediterráneo… Ahí está. ¿Qué será más peligroso, el despegue o el aterrizaje? Fucha, durante el descenso los meneítos y las maripositas de las tripitas se sienten exaltaditas… Bufff… Ahhhhhhya! Qué alivio Dios de los demás.

Pues bueno, por la puerta 5 el autobús 122. Puerta cinco… ¡La madre que lo parió! ¡Pero si debe haber más de cien autobuses aparcados a la rebatiña!

Busca por aquí, mira por allá. Tres que vienen galbanizados de frente con una pinta de chóferes que no se la salta uno de etnia minoritaria.

- Por favor ¿el autobús 122, saben?

Sin dignarse mirarlo, el de físico más grande, con aire de perdonavidas:

- Ni puta idea del 122.

- Gracias por la puta ayuda.

Todo llega. En este caso ellos al deseado autobús.

Pues ahí están. Con todo y su cinturón abrochado que los fija al asiento. Pero que aquello no tiene pinta de ponerse en marcha. Que nada, que hay una pareja perdida y que hay que dar con ella. Estaría bueno.

Después de unos 15 o 20 minutos rematados en callejuelas flanqueadas de hoteles, se ve que construidos apuradamente, y haciendo gala de una destreza meritoria, el chófer consigue, marcha atrás, aproximar el culo del vehículo a la boca del hotel.

- A esta hora ya, dejen aquí las maletas y pasen directamente al comedor.

- Elijan una mesa – tamaño para dos, observa él - que ha de ser ocupada por cuatro personas y que siempre será la misma para cada uno mientras dure su estancia. Gracias.

Sírvase usted mismo. Vistazo a las mínimas opciones. Tuerce el gesto. Comida de hospital, piensa.

Ya con el plato en la mesa y el primer bocado en la boca, asiste a la escena que se desarrolla a su lado. Dos parejas con la empleada que dirige el cotarro.

Ellos.- Es que nosotros venimos juntos y queríamos estar en la misma mesa.

Ella.- Pues ya todas están ocupadas y tendrán que sentarse en mesas distintas.

Ellos,- Pero si alguno se quisiera cambiar…

El viejito, que está que trina por eso de obligarlo a compartir mesa, se deja oír.- Pues lo que es yo no pienso moverme de aquí con el platerío y demás.

- No, bueno…

Conclusión: a comer encogido con dos desconocidos a los que no tiene ninguna gana de conocer. Aunque, al final, tendrá que admitir que al menos no resultaron en absoluto fastidiosos.

Habitación con el espacio justo, mínimo necesario y la mínima calidad aceptable. Una mininevera con quemaduras de cigarro en la melanina de su parte superior que sirve de soporte para un televisor de 13” de la primera edición en color. Para usar el conato de nevera, cuya refrigeración comienza a notarse 24 horas más tarde, hay que pagar cinco euros por semana, lo mismo que por la caricatura de caja fuerte en un rinconcito del armario y cuya capacidad no excede los 0,000008 m3.

No encuentra, pero incrédulo pregunta en recepción.- ¿Hay algún periódico a disposición del huésped?

- No. Lo siento.

Ha terminado de leer el libro que llevó consigo y necesita letras que llevarse a los ojos antes de cerrarlos. En el vestíbulo descubre unos estantes sobre los que se mantienen verticales unas cien novelas. ¡Vaya! ¡Mira tú por dónde! Va mirando los lomos que se le ofrecen. ¡Ni uno sólo en castellano! Bufff…

Las compañías más ingratas, los seres más aborrecibles son los más notorios, en todo momento roban tu atención. Y, por supuesto, mantienen vigente el refrán: Dios los cría y ellos se juntan.

Destacan dos parejas. El volumen de su voz y sus risas, la amplitud y continuidad de sus aspavientos, su conducta irreverente y avasalladora, la insaciabilidad de su apetito, propio del oso más goloso en permanente acopio de calorías para enfrentar una prolongada hibernación… Un cuarteto, en definitiva, que el viejito siente como si de una tropa desmadrada se tratara.

Se apuntan en la excursión a las cuevas. Primero visitan las dels Hams. Todo son colas que sufrir, cercados que soportar y tarifados que pagar. Cuando, por fin, el camino parece expedito hacia la cueva: dos muchachitas. Una frena al contingente e indica que avance únicamente una pareja. La otra tira la foto correspondiente. A la salida ahí está la fotita que aligera la bolsita. Y suma y sigue.

El rebaño llega al comedero. Tremendo. ¡660 ovejas o personas o lo que sean, de una sentada! Usted aquí, usted ahí… Y el viejo, siempre consciente de su signo, adivina. Una mesa para diez enfrentados en dos bancadas. Y ahí están, en la cabecera de la suya el cuarteto protagonista.

A disposición de cada mesada dos potes, dos botellas de vino, dos de agua y dos gaseosas de un tercio. “El cuarteto” mueve hacia su impenetrable centro un pote, y una botella de vino, agua y gaseosa y va reclamando la atención de quienes sirven a medida que trasiega hacia sus dilatados tripones. Concluido el yantar, el personal secundario, entiéndase los seis “graciosamente” desdeñados por los cuatro principales, han almorzado no todo el pote, un pase del camarero con el asado de carne, regado con la botella de vino, la de agua y el tercio de gaseosa, más el postre, consistente en una tinita de helado; “El cuarteto” ha tenido a bien dar por finiquitado el ágape después de liquidar dos potes de potaje, dos pasadas de doble ración cada una del asado, dos botellas de vino, una gaseosa grande, la de un tercio y seis tarritas de helado. El viejito procuró que la visión no le cortara la digestión.

Y así fueron discurriendo los ocho días en Mallorca.

Qué alegría cuando llegó a casa. Es que para él, eso de andar en manada, con especímenes de toda calaña, en terrenos acotados…y encima ¡y que! subvencionados por gracia de la miríada de espabilados que nos tienen gobernados! ¡No jodan, páguenme una decente pensión y métanse la subvención y el IMSERSO por el reverso!

martes, 20 de octubre de 2009

VOY A CONSTRUIR UNA CIUDAD.


Mi intención es crear el mejor de los ambientes posibles para los ciudadanos de esta ciudad, y al decir ambiente me refiero a todo lo que pueda compendiar esta expresión. Así pues, ya desde el principio, debe quedar claro que su población estaría conformada, exclusivamente, por seres humanos de élite – con libertad para hacerse acompañar de las mascotas tradicionales.

Entiéndase bien lo que yo entiendo como élite, no los más ricos, los más guapos, o los más listos, sino aquellos cuyos valores morales, forma de conducirse, atención a la higiene, etc. no dejen resquicios a la duda sobre su condición. Por si aún no estuviera claro, insisto en hacerlo cristalino: No excluyo a los signados por la desgracia, sino a los autodesgraciados.

La ciudad, por tanto, contará con un perímetro de seguridad que habrá de salvarse mediante un salvoconducto que portarán todos aquellos que quieran acceder a ella, sean o no habitantes de la misma. Para proveerse de este salvoconducto, quienes así lo deseen, han de someterse a un chequeo pormenorizado de su vida y milagros. Pretendo una ciudad aséptica, donde la prestación de ayuda entre sus moradores sea una cuestión de justicia y no una falsa manifestación de bondad, una cursi sensibilidad, de ridícula caridad de beatas obsoletas, de no menos ridículas damas sin nada que hacer que pretenden aureolarse de benefactoras, displicentes desde la “altura” que les da posición social, o las acciones dadivosas de quienes dan lo de los demás como si fuera suyo con fines proselitistas… etc. etc.

Ya le meto mano a la ciudad física. Se ha de corresponder con los valores de quienes van a habitarla. Una ciudad hecha para servir a sus habitantes y no para alimentar el ego de O. Gherys con antiestéticas plastas y retorcidos volúmenes carentes de sentido práctico alguno; o de Calatravas enrevesados y despilfarradores con engarabintuntanguilados que los desengarabintuntanguiladores que no lo son llaman vanguardistas. No. Ningún invento mejor para la arquitectura y el urbanismo que las líneas rectas perpendiculares y paralelas.

Establecido lo cual. El hombre no debe joderse la vida ahogándose en la contaminación que él mismo produce, ni haciendo regates a sus propios vehículos tal como la liebre que trata de librarse de la implacable persecución de una jauría de galgos. (Continuará…)

lunes, 19 de octubre de 2009

HAN DE PASAR TANTAS GENERACIONES...


Tantas, para que la humanidad navegue en un barco nuevo, seguro, dotado de las tecnologías de vanguardia que abarquen todos los ámbitos de su existencia, tantas, generaciones, decía, han de pasar, que, a día de hoy, solamente se podría aceptar semejante proyecto como una posibilidad negada.

La humanidad no contempla la construcción de esa nave, utópica porque rechaza el más ínfimo germen de esa idea. De ahí que siempre navegaremos en buques parcheados. Una vía de agua, crisis, un parche y a seguir navegando hasta el siguiente agujero, crisis, otro parche más y de nuevo a navegar, y así una y otra y otra… y otra vez. De esta forma cada vez nos acercamos más al barco cuyo cascarón será de remiendos una adición. Y sobre un remiendo remendar no es bueno para flotar.

Damos por hecho la inevitabilidad de la ciclicidad. Consideramos la condición cíclica de la crisis tan natural como lo es la de la mujer, porque, el no reconocerlo así, nos “obligaría” a buscar la forma de interrumpir los ciclos, o al menos a ampliar el positivo y reducir el negativo, de forma tan contundente, que convirtiéramos la ola en un simple escalón donde la huella se acercara al infinito y la contrahuella al cero.

Para que este logro dejara, al menos, de parecer utópico, es necesaria una condición sine qua non que ya he dicho en anteriores oportunidades y que de nuevo repito: La Tierra ha de ser una única nación.
Muchas cosas se oponen a esta condición, pero todas susceptibles de negociación, ¡salvo una! La religión. Cómo va la razón a debatir algo que está fuera de ella.

Al hacer la cagazón imposible para el hombre reconocer su verdadera condición mortal, tan intranscendente como la de cualquier otro animal, lo condenó a la eterna confrontación, pues estos sapiens sapiens ingenuos y cagones, no iniciaron su andadura en un mismo lugar a mogollones, sino en núcleos de aislados mogolloncitos, lo que nos ha hecho llegar al principio del final con tan variopintas, ¡Y ARRAIGADAS! respuestas para el canguelo, que no hay forma de salir de este camelo. Ni consiguiendo por ahí algunas moleculitas del ADN de Confucio, Jesús de Nazaret, Mahoma, Sidharta Gautama, y otros adelantados de la comunicación, personajes de la oratoria y el don de gentes, para recrearlos, creo yo lograríamos otra cosa que liarla aún más, pues todos ellos eran erre que erre.

Así pues, seguiremos jodidos por ser tan variopintos como la gama de masallases distintos. Con la religión hemos topado. La hemos cagado.

domingo, 18 de octubre de 2009

SIN INTELIGENCIA, LA MEJOR POSIBLE CONVIVENCIA

La inteligencia, el egoísmo y el deseo de libertad para satisfacerlo, sin duda, son tripochos. Con anterioridad a este parto, el deseo de libertad únicamente se pondría de manifiesto como respuesta a la privación de ella; una cuestión meramente accidental en la vida de cualquier animal. La caída en un pozo, el enredo en unos matorrales… despertaría ansias de libertad en el animal atrapado, pero, de no sufrir un accidente que le privara de ella, el animal no llegaría jamás a sentir el deseo de ser libre, pues la libertad sería consustancial con su vida.

La libertad consustancial a la creación proporcionaría el equilibrio perfecto. La vida en la Tierra estaría garantizada, salvo cataclismos ajenos a ella, a la vida, por su propia autorregulación. Todo esto, de no ser por la aparición de la inteligencia, del hombre.

“Libertad, circunstancia capaz de regular todo lo que se desenvuelva en su ámbito” Algo así debe ser el estribillo con que se ha quedado este inteligente deficiente que es el ser humano. Un estribillo sin cuya aplicación, por lo visto, no parece dispuesto a configurar su vida. Libertad por encima de todo, y para todo: para condenar el castigar al delincuente, sólo se podrá penar para reintegrar; para dejar listos a unos con 600 euros al mes y permitir todos los meses a los listos atiborrar sus cuentas bancarias con todos los millones que puedan abarcar; para procrear a los trece años y matar al procreado, no alumbrado, a los dieciséis; para… Para todo, hombre, para todo.

¿Cómo es posible que no quieran enterarse? Llenas este cercado de zorros y gallinas y se autorregulan para sobrevivir indefinidamente. La cagaste si metes una especie inteligente; matará los zorros, se comerá primero las gallinas, después a sí misma y hasta ahí.

sábado, 17 de octubre de 2009

BUDA

El príncipe Siddhârta subió a su espléndida carroza dorada, tirada por cuatro hermosos caballos enjaezados de oro, dispuesto a hacer sus pinitos fuera del palacio. Pese a ceñirse estrictamente el cochero al itinerario fijado, no pudo evitar que el príncipe observara los devastadores efectos de la vejez, la enfermedad y la muerte.

Definitivamente marcado por tan horribles visiones, ni siquiera la disposición de hermosas jóvenes adiestradas en todas las artes con que se puede aderezar el amor y especialmente hábiles en los juegos amatorios, conseguía - ¡hay que joderse! - sustraerle de su aflicción.

Obsesionado por tan siniestra perspectiva dijo adiós a sus seres queridos dejando atrás sin pena todo cuanto poseía.

Después de varios años caminados llegó, por fin, ante el árbol de la ciencia. Atardecía cuando acomodó una brazada de hierba al pie del mencionado y tomó asiento sobre ella en la postura del loto dispuesto a echarle cabeza, hasta donde hiciera falta, a asuntos muy peliagudos.

Y ahí el hombre aguantó impávido todas las marramuncias - ¡ya es decir! -que se le ocurrieron al Maligno hasta obtener la respuesta que buscaba: En el origen de la vejez, el dolor y la muerte está la ignorancia. Cuando el día despertó el hombre era ya un buda.

El que suscribe subió a su humilde bicicleta dispuesto, una vez más, a ejecutar su hora diaria de pedaleo. Y en el instante preciso en que permitía que la gravedad me llevara de la acera a la carretera, entró en mi campo visual la parte trasera del bluyín de mi vecina - con mi vecina adentro.

Según me contaron los que presenciaron la escena, fue tal el coñazo, que no dudaron que el camión me había matado. De eso yo no sé nada. Pasé directamente de la bicicleta a la cama del hospital.

Dos meses de enyesada inmovilidad, con las piernas colgadas y el tronco posado en una cama, también dan lo suyo para meditar.

Dándole un repaso a la reflexión de Buda: "Suprimida la ignorancia se suprime la impresión. Suprimida la impresión se suprime el conocimiento. Suprimido el conocimiento se suprimen el nombre y la forma. Suprimidos el nombre y la forma se suprimen los seis sentidos. Suprimidos los seis sentidos se suprime el contacto. Suprimido el contacto se suprime la sensación. Suprimida la sensación se suprime el deseo. Suprimido el deseo se suprime el afecto. Suprimido el afecto se suprime la existencia. Suprimida la existencia se suprime el nacimiento. Suprimido el nacimiento se suprimen la vejez y la muerte"; vi lo que estaba claro por demás: En el momento en que desapareciéramos los ignorantes, desaparecidos los apetitos de la carne, desaparecería la humanidad. Y aun considerando que todos fuéramos a parar al nirvana, sin nada que desear, ¿de qué íbamos a gozar?

Tal conclusión me hizo sentir un respingo a todo lo largo de la escayola. Pero me tranquilicé de inmediato, ¡anda que no está difícil eso de eliminar la ignorancia! Pura utopía. Y como, por muy sabiondo que seas, de la vejez, el padecimiento y la muerte no te vas a librar, la cuestión está en conseguir que, al final, el platillo de los placeres pese más que el de los sinsabores. Llegado a este punto cambié el rumbo de mis elucubraciones dedicándome por completo a buscar una estrategia que me permitiera hurgar en el interior del bluyín de mi vecina.

viernes, 16 de octubre de 2009

¿QUIÉN LE PONE EL CASCABEL AL GATO? YA NO ES RELEVANTE.

El dueño es el gato, eso está claro. Tiene un título de propiedad extendido por la naturaleza y ratificado por la obra cumbre de ésta -qué chapuza-, el hombre. Pero ahí están los ratones. Salvo a esos cuatro insólitos hindúes que los alimentan y veneran -nada significativo, porque para ascetas y majaretas...-, ¿a quién le hacen gracia los ratones? Bueno, pues a pesar de ser denostados y perseguidos, supuestamente, no sólo por los gatos, cada vez son más y le comen más y más terreno a los mininos y a los que no lo son.

Así son las cosas en Zapaterolandia. El egregio hombre de Estado que da nombre a este país de realidad fantástica, ha dejado, comparativamente, en dos meras partículas creativas a los, desde luego menos ilustres, Walt Disney y Joseph Barbera, pues mientras estos mimaban, uno y uno, a sus ratones protagonistas que daban caña a los gatos, nuestro prócer es un dador mimosamente millonario que intenta complacer con todos los medios a su disposición -que no suyos- a su multimillonaria y exigente población de múridos. A tal punto ha llegado el desparrame de su gracia, que ya a los ratones, nunca lo imaginaron tan gordo, lo que menos les preocupa es que al gato ande con o sin cascabel. Es uno el que ahora se pregunta: ¿Dónde coño está el gato?

jueves, 15 de octubre de 2009

DISCURREN LOS MINUTOS

Discurren los minutos, más lentos cuando lo hacen para sumar horas. Los días no son rápidos mientras discurren, pero, cuando discurridos suman, han pasado al galope. Los meses no se muestran hasta que pasan, entonces se han ido volando. ¿Y los años? ¡Ay los años! Su velocidad no es mensurable. Me parece que fue ayer ¡y han pasado diez años!

Sí, así se muestra el tiempo para quienes habiendo recorrido un largo camino ya no les queda mucho por recorrer. Ni el paisaje tiene mucho que ofrecerles. Llenan entonces el tiempo... con lo que pueden. Sentados frente a frente con la mesa de por medio buscan la forma de prolongar la vigilia para obtener un mejor pago del sueño.

El viejo posa la copa sobre el mantel - ¿Te sirvo otra? - le pregunta a su mujer.- No, yo no quiero más - rechaza la viejita.- ¿A qué tienes miedo?- No tengo miedo, pero no quiero más.- ¿Temes pasarte?

La respuesta de ella se limita a un bufido resignado.

Él afirma con rotundidad - Pues yo sí me voy a servir otra.-
Haz lo que quieras. Cuando tengas de más, comenzarás a maldecir y a dar puñetazos sobre la mesa. Pero no pienso aguantarte. Me iré derecha a la cama.
- ¡Bah! - exclama desdeñoso - Si me paso es cosa mía - Se sirve con un gesto rápido que ralentiza al levantar su mano, prolongando el momento, hasta que repentinamente - ¡BLOOUM! - estampa con fuerza el dos de oros sobre la mesa - ¡SIETE Y MEDIA!

Su mujer vuelve a resoplar con resignación.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Lincoln: "La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo"

Evidencia en este tiempo por acá: La “democracia” es el gobierno de los “vivos”, por los tontos y para los “vivos”.

Real Academia Española: Vivo.- Listo, que aprovecha las circunstancias y sabe actuar en beneficio propio.
Quien suscribe: Vivo.- Hace de su piel dura, su conciencia permisiva y cierta habilidad para darle a la lengua, el trípode sobre el que asienta su vida.

Mira que poner buitres para administrar la carne, sin restricciones, otorgándoles incluso la potestad de ser ellos mismos los que decidan sus propias raciones... Claro, cómo van a cansarse de repetir lo sabio que es el pueblo que les pone de administradores.

Recordemos que ahora también cobran el desempleo los concejales, alcaldes y otros representantes políticos, digamos menores; unos 75.000 más o menos. Eso la tropa, porque si hablamos ya de personal con rango en el escalafón político, se han otorgado, cumpliendo OCHO AÑOS de “trabajo”, cesantías y pensiones vitalicias de cuantías por encima de las máximas permitidas por el sistema público. Y, por supuesto que, como todo el mundo, ellos también tienen parientes y amigos de “cuentas” que disfrutan de su especial “consideración”.

Bendito sea el pueblo sabio. Al fin y al cabo, ojos que no ven, corazón que no siente, y el que ve sobre todo su propio culo no es invidente, pero su corazón tampoco siente. Así que el que lo sufra que se aguante.

martes, 13 de octubre de 2009

SI AL MENOS ME SALIERA UNA DE CAL Y OTRA DE ARENA...

SI AL MENOS SALIERA A UNA DE CAL Y OTRA DE ARENA…
Pero no, para una de cal que recibo, ya sea en la prensa o en la televisión, me llegan sopotocientas de arena.
No soporto ninguno de los dos medios. Para la tele me reparto entre noticiarios, algo, poco, de viajes, historia… las películas soportables ya las he visto todas… y zapear, sobre todo zapear. Dado lo cual, lo que más percibo son flases variopintos.
En cuanto a la prensa, la abro en Internet y leo titulares así, a vistapronto.
Pues bien, como he dicho, de estas mínimas pulsaciones que del mundo recibo, casi todas se acomodan ellas solitas en el platillo negativo de la balanza que incide, significativamente, en mi ánimo. En las últimas horas, la, a simple vista, única buena: “Abucheos a Zapatero y De la Vega en el desfile militar”. Hasta le eché el cierre a todos los sentidos, dejando habilitado únicamente el del oído para mayor deleite. Después vino la buena para un vistazo más complejo: El patriótico grito de Chacón hizo sonreír mi corazón y a mi mente trajo el camaleón, animalito de piel dura y mimética, pero cuyas tripitas son naturalmente tiernitas; me regodeé pensando en el acuse de recibo que esas tripitas, a las que España se la ha sudado, harían del ¡Viva España! exaltado.
Pero, ya ahí mismo, comenzaron las malas. Gallardón de chupamedias, manifestando contra el respetable su condoliente queja a la pareja, cuanto lo siente por la Vicepresidenta y el Presidente. Pena de alcalde.
De la prensa sólo dos ejemplos, para no hacer esto interminable. Una:
“La Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP), una empresa radicada en Granada cuyo capital desembolsa íntegramente la Consejería de Salud de la Junta, ha triplicado sus cargos directivos desde el nombramiento como consejero delegado -hace poco más de un año- del ex director general de Asistencia Sanitaria del SAS Joaquín Carmona Díaz-Velarde, cesado en su día en pleno estallido del escándalo del presunto maquillaje de las listas de espera en el Hospital Virgen de las Nieves de Granada.
En medio de una crisis económica sin parangón que ha forzado al Gobierno andaluz que preside el socialista José Antonio Griñán a llevar a cabo una reducción de más del cuatro por ciento en su nómina de altos cargos, la EASP no sólo ha optado por multiplicar su organigrama, sino que además su consejo de dirección no ha tenido el menor complejo a la hora de aprovechar su capacidad de mando para blindarse salarialmente en previsión de hipotéticas dimisiones o destituciones”
La otra:
“28 millones de euros al año le cuestan al Estado los 656 asesores del Zapatero del gobierno austero”.
Lamentablemente no como Terminator, pero volveré.

lunes, 12 de octubre de 2009

AHORA VA DE CUENTO

Éste es uno de los tantos que editores y agentes literarios se negaron a leer. Y que aquí, porque manda mi gana y no la suya, voy a poner.

LA VIEJA

Mendelssohn conducía su sueño. La reiterada, y poco ingeniosa, partitura del reloj interpretada en el silencio de la casa le devolvía a la vigilia. De esta forma se repetía la "cabezada" ritual de cada día después de comer.

El ejercicio con las articulaciones de los tobillos, a fin de activar la circulación en los pies, se trasmitió a lo largo de la horizontalidad de sus piernas hasta hacer que el fondo del sofá, ya de por sí a pocos centímetros del suelo debido a su prolongado uso, llegara casi a rozarlo, mientras, en sentido inverso, la manta que lo cubría acusaba la profunda inspiración que acompañaba la toma de conciencia.

Abrió los ojos a una penumbra que consintió el paso de su mirada hasta la primera opacidad que se interpuso.

La tenía frente a él, inmóvil, tal como la había dejado. Sin una voluntad con que atender unos deseos imposibles por inexistentes.

Qué vieja estaba, pensó mientras la contemplaba vislumbrando apenas, a la escasa claridad diurna del exterior que la silueteaba arrancando destellos dorados de sus anillos, su color marchito, sus arrugas. Su presencia, carente de emoción alguna, le confería un sentimiento de intimidad que lo invitaba a mostrarse y conducirse con total desinhibición. Hasta le pareció divertido expresar de viva voz sus pensamientos al amparo de la total impunidad que gozaba.

Sabes - habló -, eres una vieja decrépita y desvaída cuya visión resulta deprimente. Ya estoy harto de ti. Incluso cuando te mantengo ahí arrinconada, fuera de mi vista, me resulta ingrata tu presencia... Un día de estos te voy a hacer pedazos, te meteré en un par de bolsas de plástico y te tiraré a la basura... Conseguiré una de buen ver que me traiga algo de alegría, tengo con qué pagarla... Y a ti nadie te echará en falta - tomó una decisión repentina -. Sí, definitivamente: no voy a soportarte un minuto más.

Se incorporó hasta quedar sentado en la sufrida butaca para, a continuación, erguirse apoyando sus manos, primero en las rodillas, y después en los riñones a la vez que emitía un ronco quejido.

Fue hasta la cocina y regresó empuñando con decisión un cuchillo de trinchar. Se paró frente a ella, la agarró, para mantenerla firme, con su mano izquierda y levantó la derecha para descargar el golpe con fuerza, aunque sin saña. El arma se hundió hasta la empuñadura perdiéndose al otro lado del cuerpo traspasado. Tiró entonces la cuchillada hacia abajo tanto como su brazo se lo permitió sin tener que agacharse.

Extrajo el cuchillo de la incruenta herida, lo dejó sobre la repisa de la calefacción y se giró para tomar una silla.

Descolgaré la barra, pensó. Y le quitaré los anillos, pueden servir... La que compre será una cortina de colores vivos, alegres...

LAS PALABRAS… DEPENDE.

Las mismas palabras pueden ser causa de diferentes efectos. Y no ya por su significado, a veces muy distinto en según qué pueblos, sino por quién las dice y quién las escucha, ¡la forma en que llegan al destinatario! … El sentimiento siempre es determinante.

Él, lo que son las cosas, vallisoletano malcriado en León, siempre se mostró sin embargo un hincha acérrimo del Barcelona, algo que a ella, en principio, ni fu ni fa, pero que fue tocando su idiosincrasia a medida que el equipo de su cónyuge se iba haciendo menos Barcelona y más Barça.

Para la mujer la lectura era una necesidad, y más en las tardes de los domingos, casi todas ambientadas en una propicia soledad proporcionada por la afición de él al fútbol.

En aquella ocasión se conjugaron circunstancias… infrecuentes. Él se quedó en casa a ver el partido por TV, y ella rebuscó entre los libros que llenaban los estantes alguno que le apeteciera, hasta que de forma, podríamos llamar inesperada porque siempre había sido, para ella, invisible, en aquel momento, vaya uno a saber por qué, se hizo notar a sus ojos El Quijote. Se trataba de un ejemplar, un regalo, que muy bien se podría considerar, dado su volumen y pesada encuadernación barroca, ornamental. Hacía tantos años que lo había leído…

Cada uno a lo suyo. Él accedió a bajar el volumen del televisor, pero los comentarios, incesantes, y las exclamaciones contentivas del vocablo, agresivo para los oídos femeninos, Barça, iban in crescendo de forma incesante.

Llegó un momento en que la mujer no se reprimió: ¡¿Quieres dejar de proferir gritos traidores a España?!

Absorbido por la pasión futbolera ni siquiera la oyó. Los desatinos sónicos alcanzaron decibelios insoportables.

Explotó el libro al cerrarlo entre las manos y las “palabras” cervantinas fueron justo a impactarlo en la cabeza en el instante en que un resorte eufórico le hacía saltar de la silla. El golpe fue brutal. Sólo llego a pronunciar la primera de las dos sílabas ofensivas: ¡BAR…

Cayó redondo al suelo. Ella lo miró desdeñosa: Ya es hora de que Don Quijote comience a ganar. Hay que ir poniendo las cosas en su sitio. Las vacas delante del carro.

EL DESEQUILIBRIO DE LAS DESIGUALDADES

Las desigualdades, desde el momento en que no somos unidades de serie, son insoslayables, pero deberían ser equilibradas para no vivir eternamente enfrentadas.

La lucha, incruenta, de comparsas congénitos cimentada, sacando pecho en la voz y con la libertad de abanderada, contra ese bochorno social que significa la distancia abismal entre un estatus y el opuesto, es el argumento fundamental que esgrime la Confabulación Mundial, quiere ser, de Vivos – eufemísticamente Democracia -…

¡Qué digresión tan rotunda se ha impuesto en mi pensamiento! No puedo evitar el someterme a ella.

Nada más teclear el guión siguiente a “Democracia”, me fui a ver el famoso cuadro de Delacroix “La Libertad conduciendo al pueblo”, y me quedé tan enganchado, que no puedo seguir con lo iniciado. Ahora me apetece titular: “PARA FILOSOFAR SÓLO HAY QUE EMPEZAR”. Aunque, bien pensado, aun admitiéndolo como sinónimo, pero sabiendo que siempre hay matices que hacen diferentes los significados de vocablos que parecieran decir lo mismo, en esta oportunidad, creo que iría mejor “especular” que “filosofar”, mas no lo voy a cambiar, lo dejaré meramente apuntado.

Pues nada, que me quedo mirando el popular cuadro y, claro, natural, digo yo, lo primero que veo son las tetas al aire de la Libertad, y me pregunto: ¿Sería Delacroix un visionario precursor del topless? Sigo… Es una mujer robusta… Lleva el pelo estirado y recogido bajo el sombrero de manera que no oculte nada, despejado el cuello y, sobre todo, su rostro. El rostro de una fémina sofisticada que se resiste a estropear su maquillaje, evidente en el trazado de las cejas, los ojos y el color y contorneado de los labios… ¡Oño! Al abandonar su cara una miasma se perfila: la mancha peluda de la axila. No me cuadra mucho… Y sus brazos… Sus hombros… Podían ser algo más femeninos… ¡Usti! ¡No será un hermafrodita! ¡Genial! La libertad, por fuerza: hermafrodita o asexuada, en su concepto perfectamente retratada. De otra forma no sería libertad, estaría condicionada. ¿Habrá sido esa la intención del pintor?

De cualquier manera. Ahí, en el cuadro, tenemos la Libertad. Ostentosamente arrolladora. Desinhibida. Imparable… Sin embargo, no me parece que sea necesaria mucha atención para apreciar sus ojos hinchados, la dilatación y el tono sanguíneo de las aletas de la nariz y el gesto blando de la boca, signos todos ellos de un proceso, si no presente reciente, de llantina.

¿Por qué llorará la Libertad?

Para ella, atemporal, tanto el pretérito como el futuro son presente, de ahí que la respuesta, al surgir meridianamente clara, apabullante y asombrosamente fácil, nos hace absolutamente comprensible su llanto.

LA MIRADA YA NO ES LA MISMA

LA MIRADA YA NO ES LA MISMA.

Comenzando por los ojos que miran. Ahora hay que complementarlos con un jinete sobre la nariz con extensiones a ambos lados que les permitan, a través de ellas, mediover. Cuestión ésta que, aun resultando en sí misma un fastidio, no es, ¡ni micho menos! la más ingrata, este “honor” se lo lleva el entorno que a mi campo visual se ofrece. Lo cual me lleva a reducir, en lo razonable, no en lo posible - esto me llevaría a permanecer con las persianas de mis ojos bajadas privándome de poder escoger el lugar adecuado para posar mis pies, con el consiguiente trastorno y permanente riesgo de porrazo -, la acción de mirar hacia fuera. Miro, entonces sí con los ojos cerrados, hacia adentro y me veo con una maleta en cada mano, una cargada de dolor y la otra de melancolía.

De manera que para evitar la repulsión que me causa el exterior y el sentimiento que muestra mi interior, busco el tiro con que matar estos dos pájaros y la alquimia que me mantenga entretenido poniéndole alas a mis pensamientos: el Blog.

Ya saben por qué he creado éste.